Abstract:
Durante la última dictadura militar argentina, las operaciones de aniquilación fueron especialmente virulentas al noroeste el país, en la provincia de Tucumán, asediada durante los años 75 y 76 por el llamado Operativo Independencia. Tras la firma de María Estela Martínez de Perón de los llamados “decretos de aniquilamiento”, la premisa de “neutralizar y/o aniquilar” a los elementos subversivos se puso en marcha en esta pequeña provincia de la manera más atroz a partir de febrero de 1975. Tucumán se transformó en un verdadero laboratorio de pruebas de la maquinaria del terror que se instalaría un año después en toda la Argentina tras el golpe de Estado. Analizaremos en este artículo algunos dispositivos utilizados por los militares argentinos para llevar a cabo sus objetivos genocidas. Entre ellos, la creación de la figura del enemigo-subversivo fue fundamental para justificar una supuesta guerra entre dos bandos. El museo de la subversión, inaugurado en Tucumán a comienzos de los años 80 en las dependencias de la Jefatura Central de Policía, sirvió precisamente para reforzar ese discurso en torno a la seguridad y el orden nacional.